EL
BUCEO. UNA PRÁCTICA NECESARIA
Como casi todas las cuestiones relativas al amor, éstas requieren su tiempo de cocción. Así mismo ocurre en la cocina.
Como casi todas las cuestiones relativas al amor, éstas requieren su tiempo de cocción. Así mismo ocurre en la cocina.
De todos es conocido que no sabe igual un plato hecho con cariño (o
sea con tiempo y dedicación) que un plato simplemente cocinado, o cocinado
rápidamente, o cocinado pensando en cualquier otra cosa menos en cómo voy a
cortar las verduras, cuánto tiempo le voy a dedicar a la preparación del arroz
o qué tipo de carne voy a emplear, cuál es su procedencia, cómo ha sido
alimentado el animal, cómo han sido cultivadas las verdura. Y si me voy más
allá, cosa que me encanta. Ir más allá, en qué tipo de tierra han crecido
los cereales o qué manos han amasado el pan que me estoy comiendo.
A mí me
encanta ir más allá, lo hago siempre que puedo, porque es como Bucear.
Para mi bucear es lo mismo que profundizar en lo desconocido atreviéndome a
encontrar cosas bellas o terribles, cosas que me alegran la vida o que me dan
miedo. Es como recrearse en un paisaje nuevo y quedarse allí para ver qué pasa
con la curiosidad de un gato.
Gato con mucha curiosidad en fondo marino
Bucea
siempre que puedas, siempre que quieras, siempre que te sientas solo o
completo, arto o vacío, borroso o sincero. Bucea y experimenta porque de ahí
mismo surge la libertad para la que hemos venido a ser paridos en el mundo en
el que estamos.
No
caben las excusas cuando se trata de dedicarse a apostar por la vida:
Si el
agua está fría solamente hará falta que nos movamos más deprisa. Si no tenemos
traje de neopreno iremos a cuerpo descubierto, sin bombonas auxiliares y
transparentes tal cual somos, sin miedo de ser nosotros mismos. Si no hay un
barco en el que descansar, lo haremos en las rocas, donde se amodorran también
los mejillones y algunas de las algas más sabrosas y nutritivas del océano.
Al
liberar nuestra mente de excusas la práctica del buceo se irá perfeccionando
progresivamente y más rápido de lo que imaginamos. Porque bucear, querid@s
amig@s, requiere solamente el hecho reunir el valor para realizar el acto de
zambullirse en el agua. Una vez lo hemos conseguido, la ligereza que ofrece el
medio marino y la libertad de movimientos posibles hacen que disfrutemos tanto
que llega un momento en el que siempre querremos estar sumergidos, siempre
investigando y siempre mojados hasta arriba, implicados y comprometidos con el
medio.
MUCHO CUIDADO CON LOS PIRATAS
Por
supuesto, una cosa que todo buceador o buceadora debe saber, es la existencia
de los llamados Piratas Emocionales.
Es
verdaderamente difícil advertirlos a simple vista porque no llevan parches en
el ojo derecho o izquierdo (cosa que ocurría muy a menudo antiguamente),
tampoco les suelen faltar dientes ni llevan el pelo estropajoso, ni siquiera he
visto ninguno que sustituya una mano (vale cualquiera de las dos) por un
garfio; con lo cual, como ya os he dicho, no es nada fácil reconocerlos de un
solo vistazo. Únicamente se les puede avistar si se intenta bucear en ellos y
no te dejan.
Modelo de pirata emocional antiguo
A estos
piratas emocionales se les suele distinguir en el transcurso de una
conversación porque les delatan las frases como:
- “Yo no
creo en el amor’’.
- “Es
imposible cambiar el mundo’’.
- “Yo no
puedo hacerlo. Lo he intentado… pero… no puedo’’.
- Etc. (Usan
muchísimas de este estilo).
También
emplean refranes continuamente o grandes y extensas justificaciones científicas
o tecnológicas en las que se escudan quizás en un intento de convencer al
buceador de que está equivocado y de que debe resignarse a lo convencional pues
según ellos, es imposible cambiar lo establecido.
A todas
estas artimañas verbales se las conoce con el nombre de Cuentos Alambicados.
Estos
piratas emocionales están usando actualmente sus cuentos alambicados por todas
partes: en la universidad, en el trabajo, en los bares y restaurantes (ahí hay
muchísimos), entre nuestro grupo de amig@s e incluso dentro de nuestra propia
familia.
¿Entonces?.
¿Cómo hacer para esquivarlos?. ¿Cómo hacer para evitar que nos confundan en
nuestra apuesta por la vida?.
Por mi
experiencia en el tratamiento de esta enfermedad infecciosa (pero no contagiosa)
que padecen estos personajes marinos, la mejor manera de quitárselos de encima,
es diciéndoles claramente:
“Mire, señor/a pirata emocional. Ni a mis amigos buceadores ni a mí, nos
gusta usted. De hecho no nos gusta nada en absoluto. Ni como habla, ni lo
que dice, ni sus ideas, ni sus justificaciones. Así que le pido en mi propio
nombre y en el de todos mis compañeros que se abstenga de contarme esos cuentos
tan rebuscados y alambicados. Por esta razón es preferible que se vaya a que se
quede, porque si se queda se va usted a sentir tremendamente frustrado al
comprender que ni conmigo ni con mis amigos va a hacer ningún tipo de negocio.
Pero antes de que se marche, aquí tiene mi número de teléfono, llámeme si algún
día le apetece venir a bucear con nosotros”.
Creo
que con esto es suficiente.
Si aun
así no se va o se jacta de tan noble postura, entonces hay decirle lo
siguiente:
“Mire,
señor/a pirata emocional. Como le decía no nos gusta usted ni a mí, ni a mis amigos
buceadores. Y como parece que no entiende ni la frase en negrita que dije
antes ni la de ahora, ni todo lo que viene después, tampoco espero que entienda
lo que le estoy diciendo en estos momentos; así que, para evitar gastar
palabras. Que están muy caras hoy en día y ya que usted no hace amago de irse,
no se preocupe, me iré yo para no derivar en un consumo inadecuado ni de vocablos,
ni de gestos, ni de emociones’’.
Es
bueno decir adiós cuando un buceador o buceadora se va de esta manera ya que
las formas siempre han de ser las adecuadas.
Así pues, un@ debe levantarse, coger el abrigo con una mano (si es invierno) pagar su parte de la cuenta (si se está en un café o un restaurante) y delicadamente extenderle la tarjeta con nuestro teléfono colocándola frente él y con un leve gesto de compasión hacia el pobre pirata y en voz baja terminar la faena diciéndole: “Como ya le comenté, esto es por si algún día de veras usted quiere atreverse a vivir’’. Y entonces dar media vuelta y marchar con sonrisa sana en los labios y paso firme.
Así pues, un@ debe levantarse, coger el abrigo con una mano (si es invierno) pagar su parte de la cuenta (si se está en un café o un restaurante) y delicadamente extenderle la tarjeta con nuestro teléfono colocándola frente él y con un leve gesto de compasión hacia el pobre pirata y en voz baja terminar la faena diciéndole: “Como ya le comenté, esto es por si algún día de veras usted quiere atreverse a vivir’’. Y entonces dar media vuelta y marchar con sonrisa sana en los labios y paso firme.
Por
cierto, se me olvidaba decir, que quizás el pirata no entenderá qué es lo que
ha sucedido si uno llega a tomar esa determinación, pero de momento eso no nos
tiene que preocupar, porque acabará encontrando a otros buceadores que le irán
diciendo lo mismo y éste comenzará a desconcertarse poco a poco, hasta que un
día quizás la curiosidad le despierte tanta inquietud que querrá saber que hay
por debajo de las aguas que navega de esa forma tan superficial.
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