El Loco Personaje, distraído y espontáneo
que va dejando cosas en los lugares más insospechados, como una esponja de baño
sobre el equipo de música o el champú anticaspa en el taquillón de la entrada,
es mi amigo Hefesto. Que además es cojo, tuerto y pobre. Pero posee un gran corazón.
Su casa ha sido siempre un
auténtico desastre. En Ella se podía encontrar, por ejemplo, la cafetera sucia
sobre la colcha de su cama, la cortina desgarrada por su gato desde hacía tres
años y los muebles blanquecinos por el polvo acumulado durante décadas. Todo
ello conformaba un abrupto paisaje, deprimente y poco acogedor al que Hefesto
miraba resignadamente desde la distancia.
No podía dedicarse a
limpiar pues le costaba mucho organizarse. Si quería ir a por la escoba se veía
de repente en el baño o en el salón desviado por su propia cojera; o si deseaba
fregar los platos nunca llegaba a ver dónde estaba la suciedad pues su ojo derecho
se disparaba hacia arriba y siempre terminaba limpiando el techo. Vivía
soportando un terrible círculo vicioso al que estaba totalmente enganchado. Sin
él quererlo ni poder remediarlo.
Por culpa de la maldición
que un día le echó una gitana cabreada con la que se cruzó por azar, el pobre
Hefesto estaba destinado a la más absoluta miseria. Y como además era pobre no
podía pagarse una Pitonisa que le extrajese de una vez aquel maleficio.
Pronto encontró en sus
vicios su desahogo. Pasaba tardes enteras frente al televisor jugando a la Wii,
tomando cafés y fumando sin parar. Eran su único consuelo. Ni familia, ni
amigos, ni plantas se atrevían a entrar en su casa. Solo su gato negro rasgador de cortinas, sofás y demás
enseres, lo soportaba. E incluso, yo misma, que una vez al año (por su
cumpleaños) me aventuraba a entrar en su casa con una pinza en la nariz. Por
pena.
Pero un buen día su suerte
cambió.
Una mañana después de dar
tres vueltas a toda la casa consiguió con gran dificultad llegar hasta la
colcha donde habitaba la cafetera sucia para hacerse un café matutino. Al verla
tan mugrienta decidió limpiarla, con miedo de moverse de allí por si sus pasos
le enviaban a cualquier otro lugar que él no desease.
Cafetera de Hefesto recién comprada.
Mientras frotaba su
cacharro preferido recordaba la terrible blasfemia con la que aquella mujer le
había destinado a su gran desdicha y tan enfadado como obstinado frotó y frotó
aquella cafetera sin parar.
Tanto la restregó que de
ella comenzó a salir un humarada que inundó su habitación y tras del humo, como
si de una gran chispa se tratase surgió el Genio
de la Cafetera Encantada. Un enorme y musculoso personaje azul que salió
escupido como una cáscara de pipa de girasol contra en suelo. Tosiendo y carraspeando
sin parar:
- “¡Grrrr… ejem, ejem, arggg!, ¡Por Dios
cuanta porquería que hay dentro de la cafetera! ¿Tú no limpias nunca o qué?.
¡Puag! Y con tanta cafeína que hay aquí tengo un dolor de cabeza insoportable”.
Hefesto estaba perplejo,
asustado y a la vez maravillado. Se cayó al suelo del susto al ver aquella
volátil e impresionante imagen frente a él. Tan grande, tan poderosa y tan encafeinada.
Ante aquella rocambolesca situación Hefesto creyó estar soñando o simplemente ser
víctima de otro encanto infortunado. Tratando de huir de la habitación comenzó
a dar vueltas sobre sí mismo tontamente guiado por su pie derecho (su pie cojo)
y lo único que consiguió hacer fue irritar aún más al Genio con tanto rodeo.
- “¡Párate!. ¡Estate quieto!. No me paso
veinte horas al día metido en cubículos diminutos llenos de porquería para
venir ahora a perder el tiempo jugando al corro de la patata. A ver, ¿qué
quieres?”.
- “¿C… c… cómo?. ¿Me dices a mí?”.
Preguntó Hefesto tan incrédulo como temeroso.
Y con muy poca paciencia e
irritado por la cafeína, el Genio le respondió:
- “A ti. Sí. A ti. Te pregunto a ti.
¿Hay alguien más en la habitación?”. Y golpeando la cabecita
de Hefesto con el puño cerrado como quien llama a una puerta de madera,
continuó. “¡Holaaa! ¿qué clase de
criatura habita en este sórdido lugar?. ¡Holaaa!”.
- “Si, sí. Yo, soy yo. Yo vivo aquí.
Quiero decir que yo soy el que estoy, o sea que soy yo mismo. ¿En qué puedo
ayudarle?”.
- “¡Ay Dios Mío!. ¡Qué clientes me
encargan!. Hace dos semanas un religioso corrupto, la anterior un traficante de
drogas y ahora esto. Vamos de mal en peor”. Y dirigiendo su mirada a Hefesto le
dijo levantando la voz. “¡Soy
yo el que tendría que preguntar eso!. ¿Nunca has oído hablar de nuestra
empresa?. Llevamos trabajando en el sector de los deseos desde 1709. ¿No has leído
el cuento de Aladino y la lámpara maravillosa?. Venga ¿qué quieres? y rapidito
que me tengo que marchar, tengo que satisfacer los deseos del presidente de los
Estados Unidos, estoy seguro de que me va a volver a pedir más armamento. En
fin. ¡Dime!”.
- “Esto… yo, yo… ¿Es usted es el de los
tres deseos?”.
- “Sí, ¡Dime!”.
- “¿Se los tengo que pedir uno a uno? ¿o
cómo va esto?”.
- “Si, ¡Dime!”.
- “¿Me va a conceder los tres al tiempo?
¿o tendré que esperar?”.
- “Sí, ¡Dime!”.
- “¿Se los tengo que pedir de mayor a
menor? ¿o de menor a mayor?”.
- “Si, ¡Dime!”.
No entendiendo Hefesto la
última respuesta del Genio, ni el Genio la inseguridad de Hefesto, se hizo un
largo silencio. Seguidamente el gran personaje azul estalló en cólera. La
habitación comenzó a temblar y sacudirse, levantándose los cimientos de la casa
y moviéndose violentamente. Y entre todo ese trasiego ocurrió lo que en 303
años de trabajo no le había sucedido nunca: los tres deseos salieron
involuntariamente de las manos del Genio y de una manera desordenada. Sin
personalidad ni juicio. Creándose así la mayor desgracia que Hefesto jamás
pensó que podría vivir en sus propias carnes.
Hefesto estaba convertido
en una diminuta mota. En una ridícula partícula. En una inexistente ameba.
Hefesto en el centro. Hecho un cuadro.
Una pequeña ráfaga de
viento primaveral entró por la ventana de la habitación llevándose a Hefestito
suave y dulcemente y elevándose por los aires hacia el cielo infinito
desapareció entre las nubes.
No por siempre jamás. Pues
Hefestito reapareció en el interior de un cuerpo humano. La mota fue inspirada en
un suspiro de amor por la boca de una mujer que pasaba por allí. Ésta, lejos de
saber que tenía al pobre Hefesto en su interior y de la mano de su novio, entró
en la cafetería de la esquina para saborear un buen café y fumarse un placentero
cigarrillo.
Entretanto Hefestito se
encontraba inmerso en un mundo irreconocible y vasto. Lleno de cosas extrañas
con colores intensos y tejidos de todas las clases. Algo jamás visto por él
antes. Entre todo aquel paisaje desolador y terrorífico, con más miedo que
ganas de descubrir donde estaba, pensó en el conocido objetivo para cuando
ocurren estos casos: TENGO QUE SALIR DE AQUÍ COMO SEA, ENCONTRAR AL GENIO COMO
SEA Y QUE ME DEVUELVA A MI ESTADO NORMAL COMO SEA, NADA DE QUERER SER COMO BRAD
PITT NI COSAS POR EL ESTILO, ME DA TODO IGUAL, ME QUEDO COMO ESTABA, COJO,
TUERTO Y POBRE.
¿Pero por dónde comenzar?
¿Dónde estaba la salida? O simplemente ¿Dónde se encontraba?.
De repente se escuchó un
ruido. Hefesto quedó en silencio intentando adivinar de donde procedía o si aquello
le podía causar algún mal. Y muy temeroso, comenzó a pedir ayuda:
- “¡Holaaa…! ¿Hay alguien ahí?
¡Holaaa…!”.
Una Célula Sana que pasaba por allí con toda su anatomía, apareció en
escena haciendo ejercicio:
- “Uno, dos, uno, dos, hip, hop, hip,
hop”.
Modelo de célula sana.
Al ver que pasaba de largo
rápidamente pues parecía estar practicando footing, Hefesto la llamó para
averiguar en qué mundo se encontraba.
- “¡Eh, eh, para por favor!. ¿Dónde
estamos? ¿Qué es esto?”. Y después de un largo rato mirándose.
Continuó: “¿Hablas?”.
- “¡Caracoles! Es que eres muy feo. Me
he quedado muda”. Dijo la célula.
- “Ya lo sé, no tengo remedio, soy así
desde nacimiento. Sufrí una malformación pues mi madre sufría de cáncer. Pero
eso ahora no importa. Lo único que quiero es salir de aquí. ¿Tú sabes cómo
hacerlo?”.
- “Sí, existen varias posibles salidas.
Tienes una por el intestino que sale una o dos veces al día con mucha suerte y
otra por la vejiga, en esa parada tienes más posibilidades. Luego está la nariz
aunque con tanta mucosidad, no sé. Yo no lo haría, es asqueroso”.
- “¿Intestino?, ¿Vejiga?, ¿nariz?. ¿Me
quieres explicar dónde estamos, por favor?. Me estoy empezando a poner muy
nervioso”.
- “Esto es un cuerpo humano. ¡Vaya con
los novatos!. A ver, ¿no has estado nunca en el interior de un cuerpo?”.
- “Pues después de nacer no he vuelto a
tener el placer, la única novia que tuve me duró solamente un día y no me dejó
hacer nada, así que…”.
- “¡Venga pues acompáñame!. Te lo voy a
enseñar”.
Célula y Hefestitos
estuvieron durante un largo rato recorriendo todo el cuerpo de aquella mujer,
sus huesos, su sangre, músculos, grasa, tejidos, otras células, etc. Parecía un
mundo absolutamente perfecto, lleno de vida y optimismo. Pronto hizo nuevos
amigos y empezó a sentirse muy bien allí
dentro.
- “Sin embargo, tengo que advertirte que
no todo es tan maravilloso. Últimamente estamos teniendo algunos problemas”.
Dijo La Célula.
- “¿Ah sí? ¿Cómo cuáles?”.
Y de repente un extraño y
aterrador ruido invadió aquel cuerpo. Las paredes del esófago y el estómago
comenzaron a temblar. Un río inmenso de color marrón se sobrevenía contra
ellos.
- “¡¡¡ CORREEE !!!”.
Gritó La Célula Deportista.
- “¡AAAH, SOCORROOO!”.
Gritó Hefestito.
Comenzaron a correr sin
parar por el interior del sistema digestivo para evitar ser engullidos por
aquel misterioso líquido de olor embriagador.
- “CÉLULA, ¿QUÉ DEMONIOS ES ESTO?”.
- “¡¡¡ ES CAFEEE !!!. ¡CORRE Y NO
PREGUNTES!. SI LA CAFEÍNA EN ESA PROPORCIÓN TE ALCANZA TE ESTALLARÁ LA CABEZA,
SUFRIRÁS ALTERACIONES DEL SUEÑO Y CONTRAERÁS UN ATAQUE DE PÁNICO, COMO POCO ¡¡¡
CORREEE !!!”.
Tanto y tanto se
apresuraron que casi de forma milagrosa consiguieron librase de aquel torrente de
cafeína desbocada. A salvo en los pulmones de aquel ser, Célula, muy aliviada
exclamó:
- “¡Uffff!. Menos mal. ¿Ves?. Esto es de
lo que yo te quería advertir”.
Y de repente cuando ya
todo parecía estar en calma, aquellos pulmones comenzaron a ensancharse y un
humo apestoso y gris se abalanzó sobre ellos transportándolos hacia el interior
de los mismos.
- “¿Y AHORA QUE PASAAA?”.
Gritó Hefesto.
- “ESTO ES HUMO DE TABACO. ¡DIOS!, NOS
HA ALCANZADO, AHORA TENDREMOS NICOTINA POR TODAS PARTES Y TARDAREMOS MÁS DE DOS
SEMANAS EN QUITARNOSLA DE ENCIMA. ESTAREMOS IRRITABLES E IRASCIBLES. ¡¡¡DIOS
NOOO!!!, TANTO TIEMPO CUIDÁNDOME HACIENDO DEPORTE PARA ESTO”.
Cuando el humo cesó su
habitual recorrido, ambos fueron a parar justo al lado de unos Maliciosos Tumores que estaban
comenzándose a desarrollar con gran éxito.
Instantánea
de uno de los clanes tumorales
más
importantes en ese cuerpo humano.
-
“Oiga
jefe, se acaba de detectar un cuerpo benigno y otro de indescifrable procedencia”.
Le dijo un tumor a otro. “¿Qué hago los
mato ya?”.
-
“No.
Aún no. Veamos de qué se trata”. Dijo el jefe (el del
centro). Y dirigiéndose a nuestros amigos prosiguió. “¡Vaya, vaya, vaya! Pero mirad qué tenemos aquí. ¿Os habéis perdido,
manzanitas ecológicas?”.
Y
la Célula Deportista que tenía una amplia experiencia en el medio, habló
haciéndose pasar por uno de ellos:
-
“No,
no. Están ustedes equivocados. No somos ecológicos, somos tumores disfrazadas
de benignos que estamos revisando este cuerpo para captar nuevos adeptos”.
-
“¿Ustedes?
Has dicho ¿ustedes?. ¡Qué educación!. ¡Ja, ja ,ja!. Ese no es el argot de que
usaría un tumor maligno. Además no recuerdo haber enviado espías con eso
cometido”. Y con cara de muchos enemigos el Tumor Jefe ordenó su asesinato.
“¡MATADLO!”.
Un
disparo acabó con la vida de la Célula Benigna y en poco tiempo los tumores se
iban esparciendo por todo el cuerpo intentando ganar la batalla a la vida.
Entretanto Hefestito, disimulando su diminuto cuerpecillo entre el humo del
disparo logró esconderse en un alveolo hasta que los tumores cansados de buscar
desistieron y decidieron abrir una botella de wisky y echar una partida al
pocker para celebrar su nuevo avance.
Después
de un largo viaje hacia la nariz, por la que pensaba escapar y recordando con
cariño a la Célula Benigna que tanto le había enseñado sobre el cuerpo humano,
logró salir de aquel ser, llegar hasta su casa y reencontrarse con el genio.
-
“¡Dios
mío estás, estas…! ¡Pringoso! ¡Qué asco!. ¿Dónde te has metido?”. Preguntó
el genio.
- “Es muy largo de contar, prefiero
guardarlo en secreto”. Contestó Hefesto.
- “Bien como quieras. Me quedan dos
minutos y me voy así que apresúrate. Pídeme tres deseos, más un bono regalo de
un cuarto deseo por el error cometido. Pero no empieces como antes, se directo
que se acaba el tiempo”.
- “Si, allá voy: el primero, volver a mi
tamaño normal quiero ser quien era otra vez. El segundo dejar de fumar, el
tercero dejar de tomar café y el cuarto…”.
- “Espera. ¿Me estás diciendo que no
quieres ser millonario? ¿que no quieres tener un Ferrari? ¿ser como Brad Pitt?
¿tener a la mujer más hermosa del mundo?”.
- “No”.
Contestó Hefesto sin dudar.
- “¿Drogas? ¿armas? ¿comprar países enteros?
¿Un harem de mujeres solo para ti?”.
- “No”.
- “¿Seguro, seguro, seguro?”.
- “Seguro”.
-
“Está
bien”. Dijo el genio con resignación. “¡Que aburrimiento de persona!”.
Moviendo
sus manos con grandes y elegantes gestos concedió a Hefesto su antiguo físico,
le quitó el hábito del tabaco y no necesitó tomar más cafeína.
-
“¿Y
qué piensas hacer con el bono regalo? ¿Dejar de jugar a la Wii? ¡Ja, ja, ja!.
Dijo el genio subestimando el corazón de Hefesto”.
- “No. Hay una mujer en la cafetería de
la esquina con su novio. Están muy enamorados y van a tener un bebé dentro de
ocho meses y medio. Ella aún no lo sabe. Y tampoco sabe que está contrayendo
cáncer. Quiero que la cures y que su bebé no sufra ninguna malformación. Que
sean una familia feliz y llena de salud y amor, que tengan un futuro
esperanzador y sean un ejemplo en su comunidad”.
- “Que así sea”.
Dijo el genio.
Y
así fue.
Por
eso Hefesto es mi mejor amigo y por eso le ayudé a limpiar su casa para poder
visitarlo más a menudo. (Con una pinza en la nariz).
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