Existe un dicho islámico sufí que dice algo
así: “Cuando las cosas te vayan mal,
alégrate. Cuando las cosas te vayan bien, ten paciencia”.
Descrito
de esta manera y para una cultura tan materialista como es la nuestra, esta
frase puede sonar poco menos que extraña, puesto que, como tod@s sabemos, nosotr@s
lo hacemos precisamente al contrario. Sin embargo tiene su explicación como
casi todas las cosas en la vida.
Tengo
que reconocer que a mí me costó largos años poder llegar a entender con
claridad este concepto tan cargado espiritualidad. Principalmente por el
tratamiento que se tiene con la mujer en el Islam. Concretamente en lo
relacionado con ese velo que han de llevar, haga frío o calor, sea invierno o
verano. Ellas alegan que son felices portando este incómodo símbolo, pero
habría que analizar qué ocurre de verdad de velo para adentro.
Al
margen de estas cuestiones puramente prejuiciosas y subjetivas (Salvo que yo
misma u otra persona que lo esté leyendo opinemos lo contario), merece la pena
detenerse a desmenuzar la frase sobre todo en un momento como el que estamos
viviendo en la actualidad. Un momento de CRISIS MUNDIAL.
Tuve
hace poco una Vecina Finlandesa. Esa
vecina finlandesa que todos hemos tenido alguna vez. Guapa, responsable,
cívica, delgada, rubia, trabajadora, amable, discreta. Decididamente perfecta.
Estaba en España porque a sus veintidós años quería aprender nuestro idioma con
el fin de añadir una lengua más a su extensa lista curricular.
Me
la encontraba muy a menudo en el ascensor, dando paseos por el monte, haciendo
deporte o en la sauna, a la que los finlandeses son bastante aficionados y
pasan allí casi todo el día.
Ella
era una mujer muy reservada con todas las personas, pero un día me sorprendió
enormemente porque se puso a hablar conmigo, quizás para practicar su ya
bastante fluido español. Así que poco a poco, la fui conociendo y aunque me
llegó a parecer algo fría resultó ser en realidad una chica encantadora. Sin
embargo no dejaba de parecerme una mujer misteriosa.
Cuando
estaba en casa nunca se la oía, a veces se escuchaba su voz susurrando en
finlandés a través del teléfono, pero nunca vi ropa tendida en su balcón, tampoco se
escuchaba música y no tenía ni perro ni gato en quien apoyarse en un momento de
crisis. No subían amig@s a su apartamento y jamás la oí llorar y muchísimo menos
gritar, ni si quiera de alegría. A menudo me preguntaba de qué se alimentaría
porque ni por una de esas casualidades de la vida, el olor de ningún guiso se
filtraba entre las ventanas.
Pero
un día que coincidí con ella en la sauna, la encontré algo preocupada. Algo más
misteriosa que de costumbre, así que me interesé por su estado:
-
“¿Qué tal vecina finlandesa?. ¿Cómo
te va?”.
A
lo que ella en voz baja, como era su estado natural, contestó:
-
“Bien, bueno normal, con paciencia”.
Su
respuesta me extrañó tanto que pensé: (”¡Vaya!,
con paciencia, ha dicho, ¿paciencia de qué? ¿por qué?”). Así que decidí
exteriorizar mis pensamientos:
-
“¡Vaya!, con paciencia has dicho, ¿paciencia
de qué?. ¿por qué?”.
-
“¡Ah!. Por nada, es que me ha tocado
la lotería”.
Aquello
que dijo, hizo saltar todas las alertas en la sauna. La gente que estaba allí
aparentemente apacible tomando un relajante baño de sales aromáticas y menta
clorofilada, fijaron su mirada en la Vecina Finlandesa entre el espeso y
perfumado vapor de agua.
De repente comenzó a sonar la
alarma de la sauna. La que únicamente suena en los casos en los que a alguien
le ha tocado la lotería.
Alarma de la sauna de la esquina
de mi casa con sonido ensordecedor
-
“¡LA LOTERÍAAA…!”. Dije poco menos que gritando, mientras el
timbre de la señal sonaba cada vez más estridente.
-
“¡No, por favor
no grites que es de mala educación!”.
Pero todo el mundo ya se había enterado y en
aquel spa la finlandesa y yo ya éramos famosas. Servidora, por haber podido
entablar amistad con un ser tan misterioso y ella, porque le habían tocado nada
menos que cinco millones de euros en la Lotería Nacional.
Después de aquel episodio, no la volví a ver
hasta pasados unos dos meses. No entendía por qué había desaparecido todo ese
tiempo, pero lo que menos podía comprender era porqué utilizó la palabra PACIENCIA.
Aún seguía dándole vueltas y lo que era peor es
que tenía sueños cubistas, impresionistas y surrealistas durante la hora de la
siesta española. Todos los días soñaba siempre lo mismo, que cien mujeres
rubias y pálidas de piel, me seguían hasta una sauna y allí, vestidas con monos
de Mario Bros y un destornillador en las manos desactivaban la alarma, tan
necesaria en cualquier sauna, mientras me susurraban: “¡PACIENCIAAA VECINA DE LA PLANTA BAJAAA, PACIENCIAAA!”. Dios mío,
nunca había pasado tanto miedo junto.
Volviendo a la cuestión que les contaba,
pasados aquellos dos meses me la volví a encontrar y en seguida quise entablar
una conversación con ella para saber más, porque a mí tanto misterio lo único
que me producía eran pesadillas:
-
“¿Qué tal?. ¡Cuánto tiempo!. ¿Cómo
te ha ido?’’.
-
“Bien, maravilloso, estupendo”. Realmente se la intuía feliz, pero no conseguía mover ni un músculo de la
cara, por el frío que había pasado en su país los veintidós años anteriores.
-
“¿Ah sí?”. Me interesé.
-
“Si, estoy muy contenta, pero si te
cuento el por qué prométeme que no gritarás. Gritar es de muy mala educación!”.
-
“Te lo prometo. No gritaré. Es que
el otro día aún no me había leído el manual de confraternización con los
finlandeses, pero ahora me lo sé, así que no te preocupes en absoluto”.
Confiada
y con una leve y congelada sonrisa anunció:
-
“Es que he estado en las Vegas”.
-
“¿Y te has casado?”. Le pregunté ilusionada puesto que era
lo más normal.
-
“No, no”. Se apresuró.
-
“¿Entonces?”.
-
“Es que allí he perdido cinco
millones de dólares”.
Y
se marchó a tomar un baño en el Spa de la esquina. Tan contenta ella.
Obviamente
no tuve más remedio que pensar que su humanidad sólo era una apariencia y que quizás
fuese uno de esos robots que han inventado ahora los chinos para evaluar el
comportamiento humano en situaciones extremas. O quizás…. En realidad no sabía
qué pensar así que exclamé: “¡Oh Dios mío,
qué gran duda existencial que tengo ahora mismo!”.
Así
que como seguía teniendo grandes sospechas decidí ponerme manos a la obra:
compré una guía de Finlandia, reservé un vuelo y viajé a su país, me alojé como
niñera con una familia de finlandeses, comía platos típicos, salía de marcha
con jóvenes de la tierra, bebía el agua de sus ríos y aprendí su idioma y
costumbres. Aquel país aunque muy frío me gustó porque había Spas por todas
partes. Por eso decidí quedarme a estudiar una carrera sin tener que trabajar
ya que podía vivir perfectamente de pensiones durante todo el tiempo que
quisiera.
Poco
a poco conseguí normalizar mi vida y dejé de tener aquellas horribles
pesadillas de mujeres Mario Bros desactivando alarmas de Spas. Aquel dilema ya
no me quitaba el sueño y vivía en un estado de felicidad inalterable,
permanente e inocuo que me hacía parecer una verdadera mujer finlandesa.
Un
día en clase, entró una alumna nueva. Iba ataviada con un velo que le tapaban
la cara y todo el cuerpo. Percibí aquello como una señal inexcusable.
No
me pude contener pues la curiosidad me asaltaba, así que me acerqué a ella con
verdadero respeto y le pregunté, en finlandés:
-
“Oye
¿tú eres feliz con tu velo?”.
-
“¡Sí!”. Respondió ella en finlandés también
y prosiguió. -“Aunque preferiría llevar
otro tipo de tejido, por ejemplo algodón”.
Mi
gesto se hizo evidente, era expresivo y lleno de acierto, muy español. “Ya lo entiendo”. Me dije. “Ahora lo entiendo TODO”.
O
sea que es mejor alegrarnos cuando las cosas nos vayan mal porque aprenderemos
mucho de la vida y será una lección que asimilaremos de forma gratuita sin
tener que pagar matrícula o asignaturas sueltas. Y del mismo modo, es mejor que
tengamos paciencia cuando las cosas nos vayan bien para no apegarnos a una fase
pasajera porque luego las cosas se pondrán de nuevo de otro color, tal vez,
mucho menos alegre.
Llegué
pues a la conclusión de que mi vecina, la finlandesa, no es que fuera misteriosa,
sino más sabia de lo que parecía. Pero ¿y la mujer árabe?. Eran la modestia y la
sencillez lo que más la caracterizaban, o por el contrario se trataba de una
mujer vengativa.
Ya
que este dicho sufí es totalmente demostrable, pues sólo hay que viajar a Finlandia
para poder dar fe de ello; estoy completamente segura de que cuando la historia
se vuelva del otro lado, estas mujeres de velo en pecho y cuerpo entero, se
vengarán de sus hombres por el hecho de haber tenido que llevar durante varios
siglos unos velos que no eran de algodón.
Planta del algodón evitadora de la crisis y
la lucha por el respeto
entre los sexos