La Isla de Manhattan
es como un inmenso Centro Comercial con viviendas dentro. Para que nadie
escape.
Luces de neón de todos los
colores y anuncios gigantescos con atractivos modelos inundan la ciudad
incitando a comprar. Los puestos de comida rápida y barata facilitan las
posibilidades del non stop del shopping. Vigorosa, dinámica, poderosa y
cambiante, esta Isla fue en su día un paraíso habitado por indígenas que
originalmente la bautizaron con el nombre de Mannahatta o Isla de las Muchas Colinas. Lo que nos hemos perdido.
He sido raptada y
arrastrada en cuatro ocasiones hacia este lugar, sólo para ir de compras. Y la
responsable de todo esto es mi amiga Zelda (nombre excéntrico donde los haya,
que su madre puso en recuerdo de su padre el cual pasó sus últimos años encarcelado.
Feliz idea).
Confieso que cada vez que fui
me lo pasé en grande. Incluso en última ocasión obtuve (sin intención alguna),
una información privilegiada y secreta de primera mano, que me hizo famosa y que
cuando la Nasa se enteró expresó la voluntad de reclutarme en su equipo a través de una correcta comunicación por fax. Pero
todo a su tiempo. Primero les describiré a mi amiga pues merece especial
mención.
Zelda es esa excéntrica
que emerge en todos los grupos de amig@s tarde o temprano y que le da a la
pandilla una Identidad Propia. Son como el sello del grupo. Una Institución que
posee sus exclusivas e inequívocas normas. Ella gozaba de ese punto de
extravagancia caprichosa que le originaba los alardes de grandeza que creía
merecer, pues su vida era intrincada y compleja como un Puzle Masterbrain, muy difícil y sin resolver.
Presumía fatalmente de que
un grupo de extraterrestres la habían seleccionado de entre toda la población,
para tele-transportarla al planeta Espiga
IV, asegurando haber sido desmaterializada para extraer muestras de su cuerpo
con el fin de imitar su excelente genética.
Ante semejante fábula no
se podía más que oír y callar, pues como toda Organización establecida en su
sector y con experiencia demostrada, no se la debía contrariar en modo alguno
ya que era La Sabia Conocedora de la
VERDAD y l@s demás unos súbditos con salario.
Aquel cuarto viaje a La Isla de Las Compras, comenzó siendo
algo… incómodo, diría yo. No encontramos billete hasta el último momento, el
vuelo salió con retraso, hubo que hacer escala y l@s azafat@s eran de lo más
enojoso. Preguntando donde estaba el baño te mandaban a sentar y preguntando cuál
era nuestro asiento te mandaban al baño. Parecían pruebas sutiles de que algo
anodino podía suceder. Era como una intuición o un presagio.
Seis horas más tarde de lo
previsto llegamos al JFK. Agotadas,
consumidas, airadas e irritadas por todas las molestias. Pero poco a poco, viendo
que el hotel parecía venir a nuestro encuentro tal que un oasis en pleno
desierto, aquellas sensaciones negativas que no son más que un estorbo, se
fueron diluyendo.
Por la mañana ya éramos
conscientes de nuestro cuerpo, y decidimos emprender la aventura por los
trazados lineales de la ciudad. Zapatillas en los pies, perrito caliente y cofee to take away en las manos (en contra
de toda mi filosofía alimenticia) divisamos a lo lejos una figurilla con forma
oval de color verde.
Al acercarnos advertimos
que se trataba de un pequeño ser con vida propia. Pies y manos con uñas tipo
garra, uniojo en el centro, cuernecillos de diablo y sonrisa con dientes de
argallera, consiguieron que hiciésemos un alto en el camino. Un Kit-Kat para saciar nuestra curiosidad.
En mi escaso conocimiento
de la Ufología, al verlo allí parado y risueño, le pregunté:
- “¿Eres la sorpresa de un huevo Kinder?”.
Pero Zelda, más erudita
que yo, exclamó:
-
“¡Oh My Good!. ¡Eres un Alien del
planeta Espiga IV!”.
Modelo
de Alien de Espiga IV
Y se presentó al expresivo personaje sin reparos y llena de vanidad.
- “¿Qué tal, cómo estásss?. Soy Zelda.
¡Me suena taaanto tu cara!. ¡Oisss, cuanto tiempo!, ¿no?. ¿Es posible que
estuvieras presente durante aquella desmaterialización que se me realizó en tu
planeta?. ¿hicisteis muchas copias de mi genética?”.
- “No. Solamente te captamos por azar
para extraer una muestra de sangre, pero no hicimos nada con ella”.
Muy ofendida, no dudó en
lanzar cualquier cosa que venía a la mente:
- “¿¡¿Cómo dices?!?. ¡Enano insolente!.
¡Huevo verdoso y maloliente!. ¡Habitante de las cloacas!. ¡Germen molesto y
putrefacto!. ¡Hamburguesa grasienta!. ¡Tablero de ajedrez sin torres!. Ehmm…
qué más, qué más. ¡Cocina sin fogón!, ¡cura sin sotana!, ¡elemento condescendiente!…”.
Hasta que se quedó sin
ideas.
- “¿¡¿Elemento condescendiente?!?”. Exclamé
desconcertada.
- “Sí. Eso es lo que he dicho”. Respondió
ella.
- “Pues eso no tiene sentido”. Repliqué.
- “¿Y qué?. ¿Acaso tiene sentido la
existencia de este Alien inmundo?. ¡Pues no!. No la tiene y sin embargo aquí
está”.
La Sabia Conocedora había
hablado, y el Alien y yo la mirábamos con asombro por su inteligente manera de
salirse siempre con la suya, entre otras cosas, pues su irritabilidad también
era algo que suscitaba expectación.
Se hizo un pequeño silencio
esperando que alguno de los tres reaccionara y mientras tanto allí nos
encontrábamos, en plena Fifth Avenue.
Muy mudos y viendo pasar taxis y más taxis amarillos. El Alien, que no tenía
todo el día, decidió enviar la conversación hacia otros rumbos más nutritivos,
ya que él era mucho más inteligente de lo que parecía:
- “Yo creo que un tomate y una sandía
tienen el mismo color pero en realidad poco tienen que ver entre sí”.
Esta afirmación nos creó
un desconcierto enorme y Zelda, que siempre trataba de tener la última palabra,
en esta ocasión no pudo hacerlo. El Pequeño y astuto alienígena, aprovechando
la sensación hipnótica de sus palabras, nos invitó muy amablemente a visitar su
Platillo Volante.
En cuestión de cero coma
cero cero dos décimas de segundo, nos encontrábamos en el interior de aquel O.V.N.I.,
con la misma cara de sorpresa que cuando un niño adicto entra en una tienda de
chuches en la que todo es gratis.
Sistema
de ahorro energético del platillo
con
pila recargable y bombilla sin mercurio.
Muy
ecológico.
Una vez dentro, el pequeño ser nos mostró la nave para hacer que nos sintiéramos como en casa, y en seguida su tripulación puso en funcionamiento aquel aparato. No teníamos miedo pues milagrosamente dábamos crédito a las promesas del extraterrestre de no iniciar ninguna actuación deshonesta con nuestros cuerpos.
- “¿Por
qué nos ha traído hasta aquí?. ¿A dónde nos lleva?”.
Le preguntamos.
- “Miren por la ventanilla. Desde esta
distancia todo se ve más claro”. Contestó él.
- “¡Oh!. Qué gris tan poco favorecedor.
¿Qué es?”. Preguntó Zelda.
- “Su planeta”.
- “Pero si nuestro planeta es verde”. Rectifiqué.
- “¿Están seguras?. Miren bien”. Respondió.
- “Bueno hasta hace cero coma cero cero
cinco décimas de segundo, si lo era. O al menos lo parecía”. Dije
yo.
-
“Pues
ya ven. Es gris”. Afirmó el Alien.
-
“Si,
muy bien. Gris. ¿Y…?. ¿Para qué nos ha traído usted aquí?”.
- “No. Pues simplemente porque me han
parecido ustedes simpáticas y he querido que nos conozcan para poder
intercambiar opiniones sobre cómo está el Universo”.
- “Así de simple. ¿NO?”. Zelda,
algo incrédula.
- “Si, es así de simple. Nosotros no
somos seres complicados, ni vengativos, ni nada de eso. No, no. Solo invadimos
cuando lo vemos todo perdido, pero nunca nos peleamos ni nos aniquilamos a nosotros
mismos. Vivimos muy en paz y sintonía con nuestro entorno".
- “¿Qué entorno ni que ocho cuartos?”. Cada
vez más nerviosa.
- “El nuestro. No somos como ustedes.
Ustedes son capaces de destruir su propia casa, la tierra que les sustenta.
Contaminan su propio aire que respiran y envenenan las aguas que beben. No lo
logramos entender del todo aún, pero quizás se deba a que no están lo
suficientemente evolucionados. A ustedes les dominan unos seres que tienen
mucho dinero. Así lo llaman ¿no?. Son unos papeles de colores por los que se
matan entre ustedes y por los que se esclavizan para el resto de su vida. Les educan principalmente para dos cosas: producir y consumir, y tienen
un nombre para los que no están de acuerdo con ese sistema. En sus años sesenta
los llamaban hippies, luego radicales o antisistema y los marginan porque no
hacen las mismas cosas que el resto. En fin, a nosotros todo esto nos parece
bastante escalofriante, pero claro, si les va bien así, pues nada,
sigan con sus cosas”.
Aquellas
palabras sin maldad, me parecieron reveladoras y se abrió ante mí todo un mundo
de posibilidades. Estaba entusiasmada e insistí en conocer más sobre su sistema
y costumbres. Pasamos horas, viajando en el platillo y viendo desde las alturas
los diferentes países, los planetas, las estrellas, e incluso pudimos visitar
otros sistemas que aún nadie ha ilustrado en los libros. Y como no, el planeta
Espiga IV y sus habitantes. Se trataba de una experiencia insólita en mi haber
y no quería que terminase aquella aventura. . Así
que le propuse quedarnos unos días.
Alien
aceptó, pero Zelda exigió como condición para quedarse, una habitación de color
blanco absoluto, para ella sola, pues se lo merecía después tan horrible
humillación. Su sangre era más que azul. Violeta. Y nadie iba a desmitificar
aquella idea de su mente.
Al
día siguiente, los habitantes de Espiga IV nos recibieron con los brazos
abiertos. Eran simpáticos y sonreían todo el tiempo, se abrazaban cuando se
cruzaban por las calles, dedicaban tiempo a sus seres queridos, trabajaban lo
justo y necesario sin perder el tiempo en charlas banales. Su planeta era
verde, rojo, amarillo…. Era multicolor. Un paraíso más hermoso aún que el
entorno que envolvía a Adan y Eva, según nos cuenta nuestra historia.
Lo
más curioso es que desde aquel lugar se divisaba nuestra maltratada tierra
junto a otro planeta verde. Armazón IV. Y sí, se veía gris. Muy gris. Tristemente
gris.
Espiga
IV en primer plano.
Armazón
IV parecido a la tierra hace mucho tiempo, en segundo plano
Y la
tierra en tonos gris al fondo (muy pequeña)
Mientras
mi amiga, más interesada en descansar para tener buen aspecto dormitaba en su inmaculada
suite. Alien y yo paseamos por su hermoso
mundo perdido.
Unos
aliencitos que jugaban entre la verde pradera, al verme tan extraña e inusual
se acercaron con ingenua expresión:
-
“¡Mirad!.
¡Una Extra-Espiga-Cuatrestre!”.
Y
otro, algo mayor y más resabiado añadió:
-
“¡Hola!.
¿Eres de la TierraSuciaCorruptayGris?”. Preguntó con una sonrisa.
La
verdad, no supe qué decir. Y menos mal que no fue necesario pasar por tan grande
vergüenza, pues entre todos los pequeños ilustraron perfectamente lo que ocurre
en nuestro planeta.
-
“Si
es. Es de allí. De donde maltratan a los animales. ¿Verdad?”. Y
sonrió.
Otro
pequeñín se incorporó a la investigación:
-
“¿Por
qué en la Tierra maltratáis a los niños y a las mamás de los niños?”.
Y
pronto una multitud se unió para tratar de esclarecer un comportamiento tan
salvaje como el que tenemos (o más bien tienen) algunos humanos:
-
“¿Por
qué vendéis cosas que sabéis que son malas, como las drogas, el azúcar blanco,
las grasas, el tabaco, el alcohol… y todo eso?”.
- “¿Por qué os matáis entre vosotros con
armas?, si sois hermanos”.
- “¿Por
qué fabricáis cosas que son malas para vosotros y para la tierra, como los
aerosoles, las bombillas con mercurio o los desodorantes con aluminio?”.
- “¿Por
qué?. ¿Por qué?. ¿Por qué?…”.
No
pude soportarlo más y pedí a mi nuevo amigo que me llevara a un lugar menos
cuestionante. Allí me senté y me vine abajo. Me sentí parte responsable, parte
implicada en la masacre contra la Tierra y contra otros humanos como yo. El
terrible sentimiento de culpa inyectado en vena por el Cristianismo había hecho
efecto en mí. Sin yo quererlo.
Alien,
trató de tranquilizarme:
-
“No
sé por qué te sientes mal. Estas cosas son las consecuencias de una vida
dedicada a la destrucción. Con cada acción ponemos en marcha unas
consecuencias. Inevitables. Es la Ley del Universo. Tu sentimiento es producto
de tu cultura y eso no soluciona las cosas”.
- “¿Y qué lo solucionaría?”.
-
“Yo,
no lo sé. Pero lo que si se es que si seguís basándoos en parámetros irreales
probablemente acabaréis con vosotros mismos”.
Dicho
esto me invadió una sensación terrible, la de Coger a Zelda por las solapas de
su abrigo de Cristian Dior y zarandearla con fuerza por su arrogante
ignorancia. Pero eso no sería más que el mismo sentimiento de culpa traspasado a otra
persona, que al fin y al cabo era como yo. Mejor pensar en algo más
inteligente. Ellos me habían dado una lección imborrable.
Tres
días después, nos encontrábamos en el lugar de partida. Un cálido abrazo anunciaba
el final para dar lugar a un principio maravilloso.
-
“Pues
me ha encantado conocerlas, señoras”.
- “Y a nosotras, ¡vuelva cuando quiera!”. Contesté
yo.
- “Pues sí, quizás en otro momento
volvamos a invadirles”.
-
“¡Claro,
vengan, vengan. Lo estamos necesitando!”.
Y
la nave desapareció en cuestión de segundos…
A
partir de ahí me hice famosa pero rehusé cualquier incentivo económico y fue
cuando la Nasa quiso contratarme. No sé si hice bien o mal, pero dije que
no. A todo.
Pues hiciste muy bien porqué hubieran experimentado contigo de mala manera. Aunque visto por otro lado, después de unos años hubieran hecho una película contando tu vida.
ResponderEliminarOye, si vuelven a venir me avisas, que tengo una larga lista de preguntas
Genial MOyla
ahahahah...¡¡¡ Si, claro lo que probablemente me he perdido es la posibilidad de que filmen una peli o escriban una biografía, pero prefiero correr el riesgo, al menos por el momento.
EliminarSi que te aviso... jijijijiji
Besos