domingo, 11 de diciembre de 2011

LA MUJER A LA QUE LE ENCANTABAN LAS CRISIS

Existe un dicho islámico sufí que dice algo así: “Cuando las cosas te vayan mal, alégrate. Cuando las cosas te vayan bien, ten paciencia”.
Descrito de esta manera y para una cultura tan materialista como es la nuestra, esta frase puede sonar poco menos que extraña, puesto que, como tod@s sabemos, nosotr@s lo hacemos precisamente al contrario. Sin embargo tiene su explicación como casi todas las cosas en la vida.
Tengo que reconocer que a mí me costó largos años poder llegar a entender con claridad este concepto tan cargado espiritualidad. Principalmente por el tratamiento que se tiene con la mujer en el Islam. Concretamente en lo relacionado con ese velo que han de llevar, haga frío o calor, sea invierno o verano. Ellas alegan que son felices portando este incómodo símbolo, pero habría que analizar qué ocurre de verdad de velo para adentro.
Al margen de estas cuestiones puramente prejuiciosas y subjetivas (Salvo que yo misma u otra persona que lo esté leyendo opinemos lo contario), merece la pena detenerse a desmenuzar la frase sobre todo en un momento como el que estamos viviendo en la actualidad. Un momento de CRISIS MUNDIAL.
Tuve hace poco una Vecina Finlandesa. Esa vecina finlandesa que todos hemos tenido alguna vez. Guapa, responsable, cívica, delgada, rubia, trabajadora, amable, discreta. Decididamente perfecta. Estaba en España porque a sus veintidós años quería aprender nuestro idioma con el fin de añadir una lengua más a su extensa lista curricular.
Me la encontraba muy a menudo en el ascensor, dando paseos por el monte, haciendo deporte o en la sauna, a la que los finlandeses son bastante aficionados y pasan allí casi todo el día.
Ella era una mujer muy reservada con todas las personas, pero un día me sorprendió enormemente porque se puso a hablar conmigo, quizás para practicar su ya bastante fluido español. Así que poco a poco, la fui conociendo y aunque me llegó a parecer algo fría resultó ser en realidad una chica encantadora. Sin embargo no dejaba de parecerme una mujer misteriosa.
Cuando estaba en casa nunca se la oía, a veces se escuchaba su voz susurrando en finlandés a través del teléfono, pero nunca  vi ropa tendida en su balcón, tampoco se escuchaba música y no tenía ni perro ni gato en quien apoyarse en un momento de crisis. No subían amig@s a su apartamento y jamás la oí llorar y muchísimo menos gritar, ni si quiera de alegría. A menudo me preguntaba de qué se alimentaría porque ni por una de esas casualidades de la vida, el olor de ningún guiso se filtraba entre las ventanas.
Pero un día que coincidí con ella en la sauna, la encontré algo preocupada. Algo más misteriosa que de costumbre, así que me interesé por su estado:
-          “¿Qué tal vecina finlandesa?. ¿Cómo te va?”.
A lo que ella en voz baja, como era su estado natural, contestó:
-          “Bien, bueno normal, con paciencia”.
Su respuesta me extrañó tanto que pensé: (”¡Vaya!, con paciencia, ha dicho, ¿paciencia de qué? ¿por qué?”). Así que decidí exteriorizar mis pensamientos:
-          “¡Vaya!, con paciencia has dicho, ¿paciencia de qué?. ¿por qué?”.

-          “¡Ah!. Por nada, es que me ha tocado la lotería”.
Aquello que dijo, hizo saltar todas las alertas en la sauna. La gente que estaba allí aparentemente apacible tomando un relajante baño de sales aromáticas y menta clorofilada, fijaron su mirada en la Vecina Finlandesa entre el espeso y perfumado vapor de agua.

De repente comenzó a sonar la alarma de la sauna. La que únicamente suena en los casos en los que a alguien le ha tocado la lotería.

Alarma de la sauna de la esquina de mi casa  con sonido ensordecedor

-          “¡LA LOTERÍAAA…!”.   Dije poco menos que gritando, mientras el timbre de la señal sonaba cada vez más estridente.

-          “¡No, por favor no grites que es de mala educación!”.
Pero todo el mundo ya se había enterado y en aquel spa la finlandesa y yo ya éramos famosas. Servidora, por haber podido entablar amistad con un ser tan misterioso y ella, porque le habían tocado nada menos que cinco millones de euros en la Lotería Nacional.
Después de aquel episodio, no la volví a ver hasta pasados unos dos meses. No entendía por qué había desaparecido todo ese tiempo, pero lo que menos podía comprender era porqué utilizó la palabra PACIENCIA.
Aún seguía dándole vueltas y lo que era peor es que tenía sueños cubistas, impresionistas y surrealistas durante la hora de la siesta española. Todos los días soñaba siempre lo mismo, que cien mujeres rubias y pálidas de piel, me seguían hasta una sauna y allí, vestidas con monos de Mario Bros y un destornillador en las manos desactivaban la alarma, tan necesaria en cualquier sauna, mientras me susurraban: “¡PACIENCIAAA VECINA DE LA PLANTA BAJAAA, PACIENCIAAA!”. Dios mío, nunca había pasado tanto miedo junto.
Volviendo a la cuestión que les contaba, pasados aquellos dos meses me la volví a encontrar y en seguida quise entablar una conversación con ella para saber más, porque a mí tanto misterio lo único que me producía eran pesadillas:
-          “¿Qué tal?. ¡Cuánto tiempo!. ¿Cómo te ha ido?’’.

-          “Bien, maravilloso, estupendo”. Realmente se la intuía feliz, pero no conseguía mover ni un músculo de la cara, por el frío que había pasado en su país los veintidós años anteriores.

-          “¿Ah sí?”. Me interesé.

-          “Si, estoy muy contenta, pero si te cuento el por qué prométeme que no gritarás. Gritar es de muy mala educación!”.

-          “Te lo prometo. No gritaré. Es que el otro día aún no me había leído el manual de confraternización con los finlandeses, pero ahora me lo sé, así que no te preocupes en absoluto”.
Confiada y con una leve y congelada sonrisa anunció:
-          “Es que he estado en las Vegas”.

-          “¿Y te has casado?”. Le pregunté ilusionada puesto que era lo más normal.

-          “No, no”. Se apresuró.

-          “¿Entonces?”.

-          “Es que allí he perdido cinco millones de dólares”.
Y se marchó a tomar un baño en el Spa de la esquina. Tan contenta ella.
Obviamente no tuve más remedio que pensar que su humanidad sólo era una apariencia y que quizás fuese uno de esos robots que han inventado ahora los chinos para evaluar el comportamiento humano en situaciones extremas. O quizás…. En realidad no sabía qué pensar así que exclamé: “¡Oh Dios mío, qué gran duda existencial que tengo ahora mismo!”.
Así que como seguía teniendo grandes sospechas decidí ponerme manos a la obra: compré una guía de Finlandia, reservé un vuelo y viajé a su país, me alojé como niñera con una familia de finlandeses, comía platos típicos, salía de marcha con jóvenes de la tierra, bebía el agua de sus ríos y aprendí su idioma y costumbres. Aquel país aunque muy frío me gustó porque había Spas por todas partes. Por eso decidí quedarme a estudiar una carrera sin tener que trabajar ya que podía vivir perfectamente de pensiones durante todo el tiempo que quisiera.
Poco a poco conseguí normalizar mi vida y dejé de tener aquellas horribles pesadillas de mujeres Mario Bros desactivando alarmas de Spas. Aquel dilema ya no me quitaba el sueño y vivía en un estado de felicidad inalterable, permanente e inocuo que me hacía parecer una verdadera mujer finlandesa.
Un día en clase, entró una alumna nueva. Iba ataviada con un velo que le tapaban la cara y todo el cuerpo. Percibí aquello como una señal inexcusable.
No me pude contener pues la curiosidad me asaltaba, así que me acerqué a ella con verdadero respeto y le pregunté, en finlandés:
-          “Oye ¿tú eres feliz con tu velo?”.

-          “¡Sí!”. Respondió ella en finlandés también y prosiguió. -“Aunque preferiría llevar otro tipo de tejido, por ejemplo algodón”.
Mi gesto se hizo evidente, era expresivo y lleno de acierto, muy español. “Ya lo entiendo”. Me dije. “Ahora lo entiendo TODO”.
O sea que es mejor alegrarnos cuando las cosas nos vayan mal porque aprenderemos mucho de la vida y será una lección que asimilaremos de forma gratuita sin tener que pagar matrícula o asignaturas sueltas. Y del mismo modo, es mejor que tengamos paciencia cuando las cosas nos vayan bien para no apegarnos a una fase pasajera porque luego las cosas se pondrán de nuevo de otro color, tal vez, mucho menos alegre.
Llegué pues a la conclusión de que mi vecina, la finlandesa, no es que fuera misteriosa, sino más sabia de lo que parecía. Pero ¿y la mujer árabe?. Eran la modestia y la sencillez lo que más la caracterizaban, o por el contrario se trataba de una mujer vengativa.
Ya que este dicho sufí es totalmente demostrable, pues sólo hay que viajar a Finlandia para poder dar fe de ello; estoy completamente segura de que cuando la historia se vuelva del otro lado, estas mujeres de velo en pecho y cuerpo entero, se vengarán de sus hombres por el hecho de haber tenido que llevar durante varios siglos unos velos que no eran de algodón.


Planta del algodón evitadora de la crisis y
la lucha por el respeto entre los sexos



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